Caminar al borde y decir justo hasta el límite es práctica obligada para ciertos artistas críticos que aún radican en Cuba. De vez en cuando nos regalan una frase salpimentada de inconformidad que sale publicada en los periódicos extranjeros, aunque los nacionales no se hagan eco de ella. Con un pie fuera y el otro dentro de la Isla, debe ser difícil pasar de expresarse en voz alta a hacerlo en un murmullo. Las largas estadías en el extranjero se han convertido así en un catalizador de opiniones para algunos representantes de nuestra cultura. Evidentemente, la interacción con otras realidades-con sus logros y sus problemas-hace que las consignas triunfalistas suenen muy lejanas y la intolerancia del patio se torne insufrible.
La última entrevista de Pablo Milanés tiene, por un lado, la mesura que le evita quemar las naves del retorno y por otro la osadía de quien está muy preocupado con lo que ocurre en su país. Hay un riesgo enorme, sin dudas, en clasificar como “reaccionario de sus propias ideas” a quienes nos gobiernan y han censurado a tantos escritores, músicos y actores por decir muchísimo menos. El autor de Yolanda transita así por el filo de una hoja, sobre la que otros han terminado despedazados. Lo protege en ese empeño de sinceridad su renombre internacional y la simpatía que le profesa gente de todas partes y de múltiples generaciones. A un desconocido trovador de barrio se la harían pagar muy cara, pero a Pablo lo necesitan.
La emigración ha marcado demasiado el nivel artístico de nuestros escenarios. No sólo se han ido en masas mis colegas de la universidad y mis contemporáneos del barrio, sino que la cultura cubana tiene un porciento de sus representantes –que algunos cuantifican y califican como mayoritario– fuera de nuestras fronteras. Perder –ahora– esta voz potente sería reconocer que quienes compusieron el fondo musical que acompañaba la construcción de la utopía han dejado de creer en ella. Por eso no van a publicar en la web de ninguna institución oficial una diatriba agresiva y amenazante contra la franqueza del entrevistado. Tampoco le dejarán saber en el consulado de Madrid que ya no es bien recibido en su propia patria, ni lo acusarán de estar hablando con palabras del “Amo del Norte”. Ninguna de esas estrategias estigmatizadoras será desplegada contra Pablo, pero en los conciliábulos ministeriales y en los cerrados círculos del poder no le perdonarán haberse comportado como un hombre libre.
(Publicado em “Generación Y”)
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