Paso frente a la tele y me quedo prendida de una frase de Zenaida Romeu, directora de la camerata que lleva su nombre. Es martes y la energía de esa mujer, invitada al programa Con dos que se quieran, me deja sentada frente a la pantalla mientras las papas se queman en la sartén. Responde las preguntas con destreza, con un lenguaje diferente a la cháchara aburrida que tanto abunda en otros espacios. En pocos minutos, cuenta de las dificultades para crear una orquesta femenina, de cuánto le molesta la falta de seriedad en algunos artistas y de aquel día en que se peló al calvo para presentarse junto al maestro Michael Legrand. Todo eso y más, narra con una energía que me hace percibirla con la batuta siempre en la mano y la partitura por delante.
Sin embargo, no es su propia historia la que me deja pensando cuando regreso a la espumadera y al fogón, sino la de sus hijos. Ya es el tercer o cuarto invitado al programa de Amaury Pérez que confiesa que su prole vive en otro país. Si no recuerdo mal, también Eusebio Leal habló de su retoño emigrado y pocos días antes Miguel Barnet describía una experiencia similar. Todos han mencionado el hecho con naturalidad. Lo han explicado sin reparar en que precisamente ese éxodo masivo de gente joven es la principal evidencia del fracaso nacional. Que los hijos de una generación de escritores, músicos y políticos –incluso los del Ministro de Comunicaciones y del director del periódico Granma– hayan preferido partir, debe poner a estos frente a la duda de si han contribuido a edificar un sistema donde sus propios descendientes no quieren vivir.
La emigración es un fenómeno que ha dejado una silla vacía en casi todas las casas cubanas, pero la alta incidencia de esta en las familias integradas al proceso es muy sintomática. El número de hijos de ministros, líderes partidistas y representantes culturales que se han radicado en el extranjero parece superar al de quienes han salido de estirpes más críticas o contestatarias. ¿Será que al final los disidentes o inconformes les han transmitido un mayor sentido de pertenencia a sus pequeños? ¿Se habrán percatado esos rostros famosos que las criaturas nacidas de ellos los están negando al alejarse?
Miro a Teo por un rato y me pregunto si algún día tendré que hablar de él en la distancia, si en un momento confesaré –frente a una cámara– que no he logrado ayudar a crear un país donde él quiera quedarse.
Publicado em “Generación Y”
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