No se trata de humor negro esta vez: la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), luego de concluir una sesión ampliada el pasado 1ro de noviembre, puso en tinta firme su maridaje incondicional con el Gobierno, ahora ante el inminente despido de medio millón de “no idóneos” antes del abril próximo.
Y como era de esperar, lo hizo sin rubor.
Salvador Valdés Mesa, el secretario general del único sindicato del país, afirmó que los trabajadores respaldarán estas medidas de reorganización laboral, y que lo harán de forma consecuente y masiva. Incrédulos de medio mundo, desconfiados permanentes: podrá parecerles surrealista, pero está recogido en nuestra prensa de papel, y nuestra prensa digital. Pueden correr a leerlo.
Traduciendo los hechos, diríamos que la organización cuya esencia y definición es la defensa a ultranza de los derechos de los trabajadores, levanta una mano, pone la otra en la Biblia, y jura fidelidad al desempleador en contra del desempleado.
¿Habrá otro país donde semejantes absurdos acontezcan con tanta celeridad?
No nos puede tomar por sorpresa. La misma Central de Trabajadores de Cuba, en un comunicado reproducido en nuestros medios, fue la portavoz oficial de los despidos que bajo el eufemismo de “proceso de idoneidad” ya comenzaron en todo el país.
Por cierto, el actual tablero de ajedrez nos ha entregado otro aporte al argot revolucionario: sucede que en Cuba, en lo adelante, no habrá despedidos ni desempleados. Habrá “no idóneos” y “disponibles”. Así lo decidió la dirigencia iluminada, así lo materializará nuestra prensa obediente.
Sin embargo, lo más interesante que acontece por estos días en los centros laborales cubanos, lo digno del teatro bufo, son las reuniones que los propios sindicatos locales están sosteniendo con sus miembros, los trabajadores corrientes.
Se trata de encuentros preparatorios, donde se efectúa un lobby a lo que vendrá, y se explica lo más dramáticamente posible el estado comatoso de la economía nacional. (Léase: el estado comatoso al que nadie más que el propio Gobierno ha conducido a la economía nacional). El segundo paso es convencer a los despedidos potenciales de la necesidad de sacarles del juego. Y en función de ello, se les pide no que acepten la realidad, sino que la apoyen y promuevan.
Veamos un referente útil: la más famosa novela sobre el totalitarismo de la literatura universal. ¿Alguien recuerda cómo termina el 1984 de George Orwell?, pues con la “vaporización” del librepensador Winston Smith por parte de los representantes del poder.
Pero antes de deshacerlo como ser social, individual y biológico, los represores se tomaron un trabajo especial: convencerlo de su error, mostrarle la falacia de discrepar con el Gran Hermano, y conseguir que terminara amando al líder. Después de purificada su alma, se le desaparecía.
Creo que no hay metáfora más exacta de lo que ocurre hoy en nuestro país que aquella invención novelada: el Gobierno ha decidido poner de patitas en la calle a 500 mil cubanos, pero no de cualquier forma, sino de tal manera que esos cubanos respalden la misma resolución que les convierte en “disponibles”.
El principal escollo de estas reuniones de los sindicatos con los trabajadores ha radicado en un aspecto puntual: cómo convencer a los futuros desvinculados de que en verdad podrán ganarse la vida a partir de las nuevas opciones que el Estado acaba de concretar.
No se necesita de un cerebro privilegiado para comprender que casi ninguna de las 178 actividades económicas que recién se legalizaron, permite una subsistencia medianamente decorosa, por no hablar de prosperidad o calidad de vida.
La razón es primaria: no hay manera de sobrevivir cortándole el pelo a los perros, o cuidando parques o baños públicos, en un país donde se paga el 240 porciento de impuestos por los productos de primera necesidad, y donde cada día el valor real de la moneda se devalúa frente a los precios de la electricidad, el transporte público, y la alimentación. (El pasado 29 de octubre la Empresa Eléctrica anunció otro aumento de su ya altísima tarifa para quienes consuman más de 300 kWh por mes.)
Peor aún, lo que pocos parecen haber notado es que las nuevas oportunidades que supuestamente el Estado ofrece, son en verdad nuevas formas de vaciar los esquilmados bolsillos de nuestros compatriotas.
Veamos: mientras hasta hace poco un infeliz desmochador de palmas, o un repasador de matemáticas, podía hacer su trabajo sin tener que rendir cuentas a nadie por ello, ahora no sólo ganará la misma miseria que antes, sino que estará obligado a sacarse una patente, y pagar impuestos fijos por su pequeña actividad. El panorama, aunque ellos mismos no lo comprendan todavía, es desolador.
Entonces, de cara a un proceso donde los obreros no han sido otra cosa que víctimas de la ineficacia del sistema que se les ha impuesto, donde han caído en la red de improductividad inherente a las economías centralizadas, y donde nadie más que la clase gobernante tiene culpas en este enredo al que se le busca solución, ¿qué hace el único asidero al que supuestamente podría aferrarse el desempleado?, ¿qué hace el sindicato al que debe tributarle un porciento de su salario cada mes? No lo abandona a su suerte. Peor: lo lleva de la mano, dulcemente, rumbo al precipicio.
Creo que pocos ejemplos confirman de mejor manera el daño visceral que causan los regímenes totalitarios a la institucionalidad y a las organizaciones. Esto que el Gobierno cubano ha puesto en práctica desacredita aún más, pervierte aún más, y diluye aún más la esencia de una organización que en otras partes del mundo constituye el principal dolor de cabeza de empresarios y políticos, por cerrar filas con las víctimas en contra de sus victimarios.
¿Podría haber tenido -¡incluso dentro de este mismo sistema!- otra función más decorosa el Sindicato de Trabajadores de Cuba? Para mí, sí. Podría haber sido, al menos, el negociador público de las condiciones de estos despidos, podría haber “regateado” el número de plantillas por desinflar, o podría haber presionado a los dirigentes para que esos desempleados tuvieran en lo adelante reales opciones de ganarse la vida en negocios privados, como no fuera forrando botones o creando una pareja de baile “Benny Moré”.
Pero el papel que se ha reservado para la organización, y que esta ha aceptado sin rechistar, es el más bochornoso de todos los posibles: “tome usted esta daga, clávesela en el pecho, y sonría por favor”.
El Síndrome de Estocolmo, una de las patologías más sui géneris entre los trastornos psíquicos del hombre, describe el comportamiento de un secuestrado que termina por solidarizarse con el captor y llega a colaborar con este en su propio cautiverio.
Nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores le otorgó recientemente a la guayabera el título de prenda diplomática oficial. Que a nadie tome por sorpresa si en breve la Sociedad Cubana de Psiquiatría (a solicitud de la Central de Trabajadores, claro está) proclama al Síndrome de Estocolmo como la patología nacional.
Publicado em “El Pequeño Hermano”
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