Con el fin de año el precio del cerdo se dispara, los carteristas recrudecen sus acciones y el transporte interprovincial se pone de mala palabra. Comprobamos que se acerca el 31 de diciembre cuando aumentan las colas para comprar un pasaje y en la carretera se vuelve más difícil hacer autostop. A la salida de La Habana se acumulan los viajeros en solitario o las familias enteras cargadas de maletines. Muchos de ellos regresan a sus pueblos de origen para celebrar la última noche de este 2009. Retornan –por unos breves días– al lugar que las estrecheces materiales, el trabajo o el matrimonio les han hecho dejar atrás.
Aunque la compra de miles de ómnibus Yutong parecía –hace algunos años– que iba a solucionar el transporte en Cuba, aún es una Odisea moverse de un punto a otro de esta Isla. Un boleto desde la capital hasta la provincia de Camagüey puede costar la mitad de un salario mensual y condenarnos a los apretados asientos de estas guaguas chinas, al aire acondicionado sin regular y al reggaetón que suena estruendoso en sus bocinas. A esos inconvenientes se suman los puntos de control en la carretera, que la picardía popular ha bautizado como TAC (tomografía axial computarizada) pues son capaces de detectar un paquete de camarones escondido hasta en los mismísimos senos de una rolliza anciana. Para fin de año, el trapicheo del mercado negro se potencia y los policías hacen su agosto confiscando, multando –y hasta quedándose con lo quitado– a los intrépidos mercaderes de queso, langosta, carne, leche y huevos.
A ambos lados de la vía que enlaza una provincia con otra, se ven las manos estiradas ofreciendo billetes que baten al viento. Son esos que no pudieron alcanzar un ticket ni siquiera para el tren y se lanzan al azar de la autopista a la espera de que alguien les pare. Allá se ve el azulado papel de uno de veinte y más adelante dos de cincuenta, una joven muestra sólo un billete de diez, de manera que no tendrá chance si no eleva su oferta o se sube un tanto la saya. A algunos les sonríe la suerte cuando aparece un auto de turismo que necesita de un guía ante la falta de señalización de los caminos. Pero los visitantes extranjeros prefieren parejas o mujeres con niños, ante el temor de un asalto. De manera que los hombres deben esperar por un camión o una carreta que los quiera llevar.
Al final del día, varios de estos improvisados viajeros estarán sentados a la mesa de una intrincada casita o preparando la yuca para la comida de San Silvestre. Cuando amanezca el primer sol del nuevo año volverán a la autopista, se integrarán de nuevo al pavimento, levantando una mano que –esa vez– quizás ya no tenga billetes que mostrar.
(Publicado em Generación Y)
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