Una conocida de mi madre –que vive muy cerca de una Dama de Blanco– le cuenta que les han bajado orientaciones de no agredir a estas mujeres de ropa clara y gladiolos en las manos. La misma señora, que hasta hace poco ponía un rictus de desagrado cuando contaba sobre las misas en Santa Rita y las peregrinaciones por la 5ta Avenida, hoy está a punto de estrecharle la mano a Laura Pollán y pedirle un autógrafo. Quizás aquella otra vecina que gritó, en marzo pasado, ante la tele nacional: “¡La gusanera está revuelta!”, ahora se muestre confundida y aguarde por nuevas órdenes para volver a vociferar. Los mecanismos de la falsa espontaneidad han quedado al descubierto con esta tregua: lo fabricado de aquella supuesta respuesta popular se confirma con esta interrupción de las agresiones.
Desde el punto de vista del discurso oficial, las personas que han sido excarceladas en las últimas semanas estaban merecidamente presas. Usando este argumento y ciertas conocidas presiones, fueron movilizados los militantes del partido y los miembros de los Comités de Defensa de la Revolución para que participaran en los llamados “mítines de repudio” donde escupían, insultaban y zarandeaban a las Damas de Blanco. Ahora, los briosos alborotadores que acudían a “defender la revolución ante los mercenarios a sueldo del imperialismo” deben estar esperando alguna explicación que justifique las excarcelaciones. Sería interesante entrar a una reunión de un núcleo partidista para ver qué secreta revelación les hacen, porque si no terminarán por verse a sí mismos como títeres de ocasión a los que se les azuza un día y al otro se les manda a callar.
La conocida de mi madre no esconde su desconcierto: “A éstos no hay quien los entienda. Ayer nos llamaban a insultarlas y hoy no se les puede tocar ni un cabello”. Lo cierto es que aquí, donde parecía que nunca iba a pasar nada, estamos de pronto en la situación de que puede ocurrir cualquier cosa. ¿En qué punto comenzó a cambiar la historia? Tal vez en la húmeda, oscura y pestilente celda de castigo donde Orlando Zapata Tamayo decidió inmolarse, o en la estéril y refrigerada sala de terapia intensiva donde Guillermo Fariñas ratificó su decisión de morir si no había liberaciones, o en las calles habaneras, en las que unas indefensas mujeres desafiaron un poder omnímodo gritando la palabra libertad, donde no la había.
• La tregua – breve y frágil– parece estar circunscrita a la Ciudad de La Habana, pues en Banes Reina Tamayo sigue siendo víctima de los mismos métodos.
(Publicado em “Generación Y”)
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