Estamos ingresando a una era de alta inflación a juzgar por el masivo crecimiento de la oferta monetaria en Estados Unidos, Europa y Asia, y la obstinación de los banqueros centrales que insisten en que el alto desempleo exige que se fabrique aún más dinero. La última vez que el mundo pasó por un período similar fue en la década de 1970. El término que definió a esa época fue “estanflación”.
En dos palabras, la estanflación fue el resultado de una recesión causada en parte por los estratosféricos precios del petróleo seguida por la decisión de imprimir toneladas de dinero con la esperanza de inflar la economía para acabar con el desempleo. Así, la estanflación no fue tanto el resultado de los precios del petróleo como el resultado de la respuesta monetaria al estancamiento que los altos costos de la energía habían ayudado a causar. La inflación sencillamente añadió un nuevo mal a una situación grave.
Lo que sucede hoy no difiere mucho, en lo básico, de aquello. La respuesta a la alta tasa de desempleo causada por la recesión ha sido el aumento masivo de la oferta monetaria. Desde el final de la burbuja inmobiliaria, el balance general de la Reserva Federal se ha casi triplicado en Estados Unidos, mientras que en Europa la oferta de dinero ha crecido anualmente en dos dígitos. En China, los datos oficiales son elusivos, pero los síntomas de la expansión monetaria se notan en el crecimiento del crédito en el último par de años: 1,1 y 1,3 billones de dólares, respectivamente, aunque la cifra real, como ha señalado James Kynge en el Financial Times, es casi dos veces más grande si tomamos en cuenta los préstamos fuera de los balances y en el mercado ilegal.
En estos días hemos tenido un anticipo de lo que se viene: las noticias de que la inflación se estaba acelerando en China generaron pánico alrededor del mundo, haciendo que los mercados financieros se derrumbasen, dando lugar a sombríos pronósticos sobre la economía mundial y generando una nueva ronda de recriminaciones mutuas entre los responsables políticos de Estados Unidos, Europa y Asia.
Todos ellos son culpables de lo que se avecina porque todos ellos han inyectado enormes cantidades de dinero en la economía. Por supuesto, los síntomas se están desarrollando a ritmos diferentes, lo que significa que incluso cuando un país —como China— se enfrenta con un aumento de los precios al consumidor y finalmente decide cambiar de rumbo, los demás, como Estados Unidos y Europa, se siguen engañando a sí mismos, pensando que el problema es la deflación, no la inflación.
El Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha defendido su reciente decisión de fabricar otros 600 mil millones de dólares de la nada con el argumento de que inflación de los precios “esenciales” fue apenas 0,6 por ciento en los últimos doce meses. Pero los precios “esenciales”, como explicó Kevin Phillips, un ex estratega de Richard Nixon y autor de “Bad Money”, en un artículo publicado en la revista Harper en 2008, son un truco inventado por su antiguo jefe en la década de 1970 para ocultar la inflación real. No tiene en cuenta los alimentos y la energía. Cualquiera que ido al supermercado, la gasolinera (o al hospital) sabe que la inflación ya es de miedo.
El otro factor al que apuntan los banqueros centrales para justificarse es que el crédito, necesario para motorizar la economía, no está aumentando en Estados Unidos. Pero eso es perfectamente natural cuando la gente quiere deshacerse de un exceso de deuda y teme perder su empleo. Como algunas formas de medir la oferta de dinero se relacionan con la cantidad de préstamos que se producen, puede parecer que la oferta monetaria no está creciendo. Lo que cuenta, sin embargo, es el dinero que está siendo bombeado por encima del crecimiento de la productividad. La gente común tiende a entender esto mejor que los economistas más encopetados. Es por eso que la gente está desesperada por adquirir bienes físicos —oro, plata, tierras de cultivo, etc— que conservarán valor durante la fuerte devaluación de la moneda que se espera continúe.
Por ahora, la inflación en Estados Unidos y Europa no ha impactado a algunos de los precios al consumidor. Por lo general toma un tiempo; el dinero tiende a fluir primero hacia los bienes de capital y más tarde hacia los precios al consumidor. Pero tarde o temprano, como estamos viendo en China, los precios al consumidor se verán afectados.
La estanflación regresará, pues, a nuestro léxico cotidiano. El efecto político de la estanflación, la última vez, fue el movimiento de Reagan y Thatcher. Esta vez, el efecto promete ser igualmente trascendental. Esperemos que sea pacífico, legal y razonable. El peligro de que adquiera una forma mesiánica, populista y autoritaria no puede ser descartado dado las señales que ya estamos viendo en algunos lugares, como Europa, donde los partidos extremistas y xenófobos han obtenido buenos resultados electorales.
Publicado no “El Instituto Independiente”
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