La vida nunca vuelve a la normalidad. No retorna a ese momento antes de la tragedia que ahora –ilusoriamente- evocamos como un período de calma. Abro la agenda, intento reanudar mi vida, el blog, los mensajes en Twitter… pero nada me sale. Estos últimos días han sido demasiado intensos. Sólo tengo cabeza para repasar el rostro en penumbras de Reina Tamayo frente al necrocomio, donde preparó y vistió a su hijo para el viaje más largo. Después, se me apilan las imágenes del miércoles: detenciones, golpes, violencia, un calabozo con peste a orine que colindaba con otro donde Eugenio Leal y Ricardo Santiago exigían sus derechos. El resto del tiempo ha sido caminar como un maniquí, mirar sin ver, teclear con furia.
Así no hay quien escriba una línea coherente y moderada. Tengo tantas ganas de gritar, pero me quedé ronca el 24 de febrero.
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