Salto de la cama, hay un altoparlante que brama allá afuera. No entiendo qué dice, pero me lavo la cara como si fuera la última vez. Tal vez sea el comienzo de la guerra que tanto han anunciado en los últimos días. Mi hijo duerme hasta tarde y tengo el deseo de despertarlo para advertirle, pero no comprendo las palabras lanzadas por esa camioneta que ya se aleja hacia la avenida.
¿Cuándo van rendir cuentas quienes nos atemorizan? Esos que se han pasado décadas sacudiendo frente a nuestros rostros el fantasma del cataclismo. Es muy cómodo pronosticar y clamar por la guerra cuando se tiene un búnker, soldados, un chaleco antibalas. A esos heraldos del fin les vendría bien estar aquí, entre el zumbido de la bocina y el hijo que abre los ojos y pregunta asustado “¿Mami, qué pasa que hay tanto ruido?”
(Publicado em “Generación Y”)
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