El rescate irlandés aprobado por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional está sirviendo como pretexto para que ciertos gobiernos (Francia, Alemania) e instituciones multilaterales (la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo) acosen a Irlanda para que eleve el impuesto de sociedades, actualmente fijado en el 12,5 por ciento. Dublín resiste la presión con ferocidad pero el resultado es incierto. La pugna presagia lo que será, en los años venideros, uno de los mayores parteaguas ideológicos.
Los competidores europeos de Irlanda siempre han detestado las condiciones tributarias comparativamente atractivas que en los últimos quince años atrajeron hacia la isla inversiones por miles de millones de dólares. La avalancha de inversiones productivas a largo plazo posibilitada por las numerosas reformas, incluida la de los impuestos, permitió a Irlanda superar la renta per cápita de Gran Bretaña y Alemania a fines de la década de 1990. Y en el último lustro, las empresas estadounidenses han invertido más dinero en Irlanda que en China, India, Brasil y Rusia juntos. Todo esto dejó mal parados a otros gobiernos de la Unión Europea, lo que llevó a diversos líderes y burócratas a hablar de competencia fiscal desleal y de la necesidad de “armonizar” los regímenes tributarios diferenciados (lo que se pretende, claro, es que los regímenes de bajos impuestos se equiparen con los de alta tributación, no al revés.)
Los problemas de deuda soberana de Irlanda están siendo atribuidos en parte a la baja tributación. Pamplinas: Irlanda no padecía una crisis de deuda soberana antes del estallido de la burbuja. Su alto nivel de endeudamiento y su déficit fiscal son muy recientes. Tienen que ver con los rescates y nacionalizaciones de instituciones financieras irlandesas tras la crisis mundial. El problema de deuda soberana en aquel país fue causado por la respuesta a la hecatombe financiera, no por los bajos ingresos fiscales. De hecho, los ingresos fiscales del Estado irlandés generados por el impuesto de sociedades representan 3 por ciento del PIB y en Alemania apenas algo más de 1 por ciento.
Si la abultada deuda soberana irlandesa se debiese al bajo impuesto de sociedades, ¿cómo explicar que los mercados de bonos hayan castigado a Grecia, Portugal y España, donde el impuesto es entre dos y tres veces mayor? Irlanda cometió muchas equivocaciones en los años previos al estallido de la burbuja, pero ofrecer a los inversores impuestos relativamente bajos y altos niveles de seguridad no fue una de ellas. El no permitir la quiebra de ningún banco insolvente después de la explosión de la burbuja, y por lo tanto el haber socializado las pérdidas causadas por los préstamos imprudentes, es la razón por la cual los irlandeses viven hoy agobiados por tanta deuda fiscal.
Irlanda se ha convertido sin proponérselo en un laboratorio de la batalla de ideas que tendrá lugar a raíz de las colosales sumas de gasto público que los “estímulos” y “rescates” han exigido de los contribuyentes en todo el mundo. Las pasiones ya se han desatado en Estados Unidos por la inminente expiración de las reducciones de impuestos promulgadas por George W. Bush.
En un mundo donde los impuestos inevitablemente aumentarán por la obsesiva expansión monetaria y fiscal con que se pretende evitar una depresión, aquellos países que logren mantener la cabeza fría y preservar regímenes fiscales atractivos se beneficiarán. En semejante contexto, el capital internacional buscará costas atractivas con más ahínco que nunca. Irlanda cosechará los frutos si logra resistir la presión para elevar su impuesto de sociedades.
Un estudio del académico de Oxford Rohac Dalibor, publicado en Italia el por Instituto Bruno Leoni bajo el título “Tax Competition: A Curse or a Blessing?”, demuestra que con la creciente movilidad del capital y el trabajo los regímenes fiscales diferenciados traen ventajas a los países. Algunas naciones de Europa Central que adoptaron impuestos de tasa única relativamente bajos a pesar de una fuerte resistencia nacional e internacional están entre aquellas que se han recuperado de la crisis financiera con relativa rapidez. “En el mundo real”, concluye Rohac, “la competencia fiscal se vuelve un medio para someter a los gobiernos a mayor disciplina y permite a los individuos escapar del agobio de los impuestos prohibitivamente altos”.
Los irlandeses han padecido muchas humillaciones en los últimos tiempos. Se merecían algunas de ellas, por prestar dinero y endeudarse como locos. Pero no merecen la humillación de ser forzados a adoptar el régimen fiscal equivocado sólo porque el actual pone en evidencia al resto de Europa.
Publicado em “El Instituto Independiente”
No Comment! Be the first one.