Desprovistos de cualquier protección, entran los cubanos por la Aduana General de la República donde les hacen pagar el precio del retorno. Una marca de tiza en la maleta señala a quienes deben pasar por el patíbulo de la tasación y por el asalto institucional del impuesto sobre ciertas mercancías. Curiosamente, los empleados del aeropuerto tienen el olfato fino para detectar a los nacionales que regresan, pues saben que estos llegan cargados de objetos variados e increíbles. Afuera, en la sala de espera, las familias sueñan con abrazar a sus emigrados y fantasean con los posibles regalos, mientras al viajero le pesan su equipaje y le muestran una elevada factura que está obligado a liquidar.
Se podría llegar a pensar que en un país donde faltan tantos productos y recursos, la flexibilidad para importarlos –de manera personal– debe caracterizar al proceso aduanal; pero no es así. Más bien vivimos el otro extremo, con un estricto “Listado de valoración interno” que obliga a repagar el contenido de las valijas, ya incluyan estas un jabón, una lata de sardinas o una laptop. Todo se complica cuando al ilusionado visitante se le ocurre traer un electrodoméstico o una cámara digital para sus parientes. Si quiere entrar estos implementos de la modernidad deberá sacar de su bolsillo una cantidad que va desde los 10 a los 80 pesos convertibles. Lo cual viene a ser como un rescate que se les da a los “secuestradores” de lo ajeno, para que el equipo pueda llegar a manos de sus destinatarios.
Como una industria del desvalijo, las aduanas cubanas engrosan cada día el número de lo confiscado, a la par que agregan a la caja contadora miles de dólares por concepto de impuestos. Sus grandes almacenes se han llenado de secadores de pelo, Play Station, hornillas eléctricas y computadoras que transportaban los viajeros. El destino de esas mercancías nunca se explica, pero todos sabemos que toman el camino verdeolivo de muchas tantas otras. La Isla parecería, si nos guiamos por las restricciones de entrada, a punto de hundirse por los kilogramos de la abundancia y la prosperidad. Pero todos sabemos que en realidad sus ciento once mil kilómetros cuadrados están a punto de irse a bolina, ante la levedad que le imponen la improductividad y las carencias.
(Publicado em Generación Y)
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