El viernes estuvo complicado desde el principio, no lo niego. En la mañana nos faltó Claudio, profesor de fotografía en la Academia Blogger, porque un agente –que apenas si le enseñó un deslucido carnet con las siglas DSE– se lo llevó detenido. En nuestra casa, después de las clases, hicimos una pequeña fiesta para celebrar el primer aniversario de Voces Cubanas, que ya exhibe26 sitios personales en tan breve vida. Recuerdo que en medio de los abrazos y las sonrisas alguien me dijo que me cuidara. “En un sistema así no hay manera de protegerse ante los ataques del Estado”, le dije, en un intento por espantar mi propio miedo.
Alrededor de las seis de la tarde, íbamos a una reunión familiar. Mi hermana le regaló hace 36 años –por el día del ferroviario– su primer llanto de bebé a mi padre, en medio de la madrugada. Hasta Teo, con su adolescencia renuente a participar en actividades de “viejos”, aceptó acompañarnos. Allá nos esperaba el típico cumpleaños de fotos, velas por apagar y “Felicidades Yunia en tu día, que lo pases con sana alegría….”. Sólo que varios ojos que acechaban tenían otro plan para nosotros. En medio de la avenida Boyeros, a escasos metros del MINFAR y de la oficina de Raúl Castro, tres autos detuvieron al miserable Lada que habíamos tomado en una esquina.
“Ni se te ocurra pasar por la calle 23, Yoani, porque la Unión de Jóvenes Comunistas está haciendo allí una actividad”, gritaron unos hombres que se bajaron de un Geely de fabricación china que me evocó un fuerte dolor en la zona lumbar. Algo similar viví ya en noviembre pasado y hoy no iba a permitir que me metieran en otro auto de cabeza –esta vez– junto a mi hijo. Un hombre enorme bajó del vehículo y comenzó a repetir sus amenazas. “¿Cómo te llamas?” fue la respuesta pregunta que nunca tuvo el valor de responderle a Reinaldo. Del espigado cuerpo de Teo brotó una frase irónica: “No dice su nombre porque es un cobarde”. Peor aún, Teo, peor aún, no dice su nombre porque no se reconoce como individuo sino que es un simple vocero de otros más arriba. Una cámara profesional filmaba cada gesto nuestro, esperando una pose agresiva, una frase vulgar, un exceso de ira. La inyección de terror fue breve, el cumpleaños nos supo amargo.
¿Cómo podemos salir ilesos de todo esto? ¿De qué manera un ciudadano puede protegerse de un Estado que tiene la policía, los tribunales, las brigadas de respuesta rápida, los medios de difusión, la capacidad de difamar y mentir, el poder de lincharlo socialmente y convertirlo en un derrotado pidiendo perdón? ¿A qué le tienen tanto miedo? ¿Qué esperaban que ocurriera hoy en la calle 23 que detuvieron a varios bloggers?
Siento un terror que casi no me deja teclear, pero quiero decirles a esos que hoy me amenazaron junto a mi familia, que cuando uno llega a cierto grado de pánico ya le da igual una dosis mayor. No voy a parar de escribir, ni de twittear; no tengo planes de cerrar mi blog, no abandonaré la práctica de pensar por cabeza propia y –sobre todo– no voy dejar de creer que ellos están mucho más asustados que yo.
(Publicado em “Generación Y”)
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