Yo tenía 19 y él había muerto cien años antes. En la escuela, nos aterrábamos cuando en los exámenes de gramática ponían a analizar una de sus complejas oraciones. Nos habían repetido tantas veces que José Martí era el “autor intelectual del asalto al cuartel Moncada” que hasta lo imaginábamos de cuerpo presente en aquella madrugada de disparos y muertos. En las vallas políticas, sus sentencias –sacadas de contexto– ataviaban una ciudad sumida en las miserias del Período Especial. Recuerdo que ironizábamos con algunas de ellas, al estilo de “la pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra” que habíamos trasmutado en “la pobreza pasa, la que no pasa es la 174”, en alusión al autobús que conectaba el Vedado con La Víbora.
No faltaron los desinformados que culparon al Apóstol por lo que ocurría y durante los días de apagones y de poquísima comida le propinaban a sus bustos de yeso diversos castigos. La excesiva tergiversación del ideario martiano –readaptado según las conveniencias del poder– hizo que decenas de mis colegas de aula le dieran un portazo definitivo a su obra. Sólo un exiguo grupo de aquellos adolescentes nos mantuvimos leyendo su poesía de amor o sus versos libres, preservando así para nosotros otro Pepe, más humano, más cercano. Estaba yo por ese entonces en el Instituto Pedagógico que –como trampolín– me permitiría pasar a estudiar Filología o Periodismo, dos profesiones que él había ejercido magistralmente. Allí me presentaban a un señor de rostro enérgico al que había que adorar sin rebatir, definido oficialmente como el inspirador de lo que vivíamos.
En los días cercanos al aniversario cien de su muerte se me ocurrió redactar un pequeño editorial para el boletín que hacíamos varios estudiantes. Con el nombre de Letra a Letra, la publicación se armaba con poemas, análisis literarios y una sección dedicada a los gazapos lingüísticos que se escuchaban en los pasillos de la facultad de Español y Literatura. Escribí unas breves y apasionadas líneas donde decía que formábamos parte de “otra generación del centenario” a la que le correspondía salvar a la patria de “otros peligros”. Aquella pequeñísima transgresión de la norma instituida para interpretar al héroe nacional terminó con el cierre del modesto periódico y mi primer encuentro con “los muchachos del aparato”. Sólo ellos estaban capacitados para desentrañar y esgrimir su escritura, parecían querer decirme con aquella soterrada advertencia, pero yo sonreía para mis adentros: ya conocía otro Martí, más indomable, más rebelde.
(Publicado em “Generación Y”)
No Comment! Be the first one.