Hace meses soñé que perdía un diente. Ese diminuto que llevo en el costado y que está conmigo desde hace más de treinta años. Un incisivo de leche que nunca mudé y debo cuidar a sabiendas de no poder sustituir. Si mi abuela estuviera viva habría interpretado estas experiencias oníricas como “un augurio de que alguien iba a morir”. Ana identificaba las ensoñaciones en las que se caen muelas, colmillos o dientes con el acto de perder a un ser querido; ella usaba prótesis dental y había enterrado a casi todos sus amigos de la misma generación.
Analicé fríamente la superstición y me acordé de que en nuestra lotería ilegal el número 8 también se hace llamar “muerto”. No fue difícil encontrar al apuntador del barrio, pues a pesar de llevar cinco décadas perseguida la conocida bolita está presente en cada cuadra de mi país con más popularidad y arraigo que los mismísimos CDR. Un entramado clandestino lleva el dinero arriesgado hasta el bolitero que escucha en la radio de Venezuela o de Miami los resultados y les entrega a los ganadores sus respectivas cantidades. Así, cada situación cotidiana puede ser reinterpretada como un vaticinio y se apuesta en una escala del 1 al 100 a la espera de ganar una suma atractiva. En el habla coloquial, cuando alguien dice “mariposa”, “caballo” o “tiñosa” se está refiriendo al 2, al 1 y al 33 de la fugitiva rifa y se les dice “monja” a los billetes de cinco, también en alusión a ella.
Así que me aventuré y le puse veinte pesos al dígito de significado fúnebre. Como era de esperar, no me gané nada. Tampoco me di por vencida, de manera que todavía husmeo en el periódico Granma para descubrir alguna cifra que mejore mi estrella. La primera recompensa que disfruté con la bolita fue cuando siendo una adolescente me aventuré –justamente- con un llamativo 90 incluido en el titular del órgano oficial del PCC. Créanme que muchos cubanos leen ese periódico a la caza de indicios para arriesgarse en el más popular de nuestros sorteos y no para encontrar auténticas noticias. Como un código secreto analizamos anuncios, sueños, vallas políticas, efemérides… señales de la realidad que se traducen en números de una lotería prohibida.
(Publicado em “Generación Y”)
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