Me juré que nunca más hablaría de ese señor de barba cuidada y uniforme verde olivo que capó * copó cada día de mi infancia con su permanente presencia. Con más de un argumento, apuntalé mi decisión de no referirme a Fidel Castro: él representa el pasado; hay que mirar hacia delante –a esa Cuba donde él ya no estará– y en medio de los retos del presente, aludirlo me parecía una distracción imperdonable. Pero hoy se coló de nuevo en mi vida con uno de sus característicos exabruptos. Me siento obligada a enfocarlo nuevamente después de sus declaraciones de que “el sistema cubano no funciona ni para nosotros mismos”, dichas al periodista Jeffrey Goldberg.
Si no recuerdo mal, por frases menores o similares expulsaron a muchos militantes del Partido Comunista y purgaron largas condenas innumerables cubanos. El dedo índice de quien fuera el Máximo Líder se dirigió sistemáticamente contra los que intentaron explicarle que el país no marchaba. Pero no sólo el castigo acompañó a los inconformes, sino que la máscara se nos convirtió en ardid de sobrevivencia en una isla que él intentaba hacer a su imagen y semejanza. Simulación, susurros, dobleces, todo para ocultar la misma opinión que ahora el “resucitado” comandante lanza precipitadamente frente a un periodista extranjero.
Quizás se trate de un arranque de sinceridad que asalta a los ancianos a la hora de valorar su vida. Incluso puede ser otro intento desesperado por llamar la atención, como su vaticinio de una inminente debacle nuclear o el tardío mea culpa por la represión a homosexuales que hizo hace unas semanas. Al verlo reconocer el fracaso de “su” modelo político, tengo la sensación de que asisto a una puesta en escena donde un actor gesticula y eleva la voz para que el público no deje de mirarlo. Pero mientras Fidel Castro no tome el micrófono y nos anuncie que su obsoleta criatura será desmontada, nada ha pasado. Si no dice esa misma frase hacia el interior de Cuba y además se compromete a no interferir los cambios necesarios, estamos en las mismas.
Nota:
Ayer, al enterarme de la noticia, escribí un breve tweet: “Fidel Castro pasa a la oposición al decirle al periodista Jeffrey Goldberg que el modelo cubano ni siquiera funciona para nosotros”. Un rato más tarde me llamó un amigo disidente a quien le había mandado el mismo texto por SMS. Sus palabras fueron irónicas, pero certeras: “si Él se pasó a la oposición, yo me cambio ahora mismo al oficialismo”.
*Error de transcripción. Texto recibido por teléfono.
(Publicado em “Generación Y”)
No Comment! Be the first one.