Es difícil imaginar que dentro del cuerpo enclenque de Guillermo Fariñas, bajo su rostro sin cejas, exista un a voluntad a prueba de desánimos. Sorprende también que en los momentos de mayor gravedad para su salud no haya dejado de estar atento a los problemas y dificultades de quienes lo rodean. Incluso ahora, con la vesícula extirpada y unos dolorosos puntos quirúrgicos que le atraviesan el abdomen, siempre que lo llamo, en lugar de quejarse, me pregunta por la familia, por mi salud y la escuela de mi hijo. ¡Qué manera de vivir para los otros tiene este hombre! No en balde cerró su boca a los alimentos para lograr que 52 presos políticos –de los cuales él no conocía a muchos– fueran excarcelados.
Hay premios que prestigian a una persona, que arrojan luz sobre la valía de seres hasta ayer desconocidos. Pero también hay nombres que le dan lustre a un galardón y este el caso del Sajarov otorgado a Fariñas. Después de este octubre, los próximos homenajeados con el máximo lauro del Parlamento Europeo tendrán un motivo más para sentirse orgullosos. Porque ahora tiene mayor realce gracias a que lo ha obtenido este villaclareño entregado a los demás, este ex militar que renunció a las armas para volcarse en la lucha pacífica.
Quién mejor que él, que se trazó una meta inmensa y la logró, que nos dio a todos una lección de entereza y sometió su cuerpo a dolores y privaciones que le dejarán una secuela de por vida. Ningún nombre más adecuado para ser incluido en la misma lista donde están Nelson Mandela, Aung San Suu Kyi y las Damas de Blanco que el de este periodista y psicólogo cuya principal característica es la humildad. Una llaneza que ni los micrófonos de todos los periodistas que lo han entrevistado en estos días, ni los destellos de las cámaras han logrado cambiar. Con esa sencillez que sus amigos tanto admiramos en él, Coco –porque hasta su apodo es humilde– ha logrado que el Premio Sajarov parezca mucho más importante.
Publicado em “Generación Y”
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