Cientos de miles de cubanos están en vacaciones de verano, entre ellos los estudiantes que disfrutan de casi dos meses hasta la llegada de septiembre. La pausa veraniega ocurre en el momento con más altas temperaturas y todos los analistas opinan que la olla social alcanza su máximo punto de presión a principios de agosto. La combinación de calor, escasez y receso escolar irrita a especialmente a esos adultos que sueñan con mantener a la familia ventilada, alimentada y tranquila. Muchos padres se ven obligados a dejar de trabajar porque no tienen con quien dejar a sus hijos y en la mayoría de los centros laborales la productividad desciende durante julio y agosto.
El verano invita a la playa, sobre todo en una isla estrecha donde la costa –en su parte más ancha– queda a menos de cien kilómetros de distancia. Pero bañarse en el mar también entraña algunas dificultades, especialmente por el tema de la transportación y porque una vez frente al mar, tendidos sobre la arena, descubrimos que la mayoría de las ofertas gastronómicas se pagan en pesos convertibles. Esto incluye también las sombrillas.
El tedio, tarde o temprano, nos conduce hacia esos rincones de la casa que necesitan una reparación. Aquella silla que cojea, el tragante del fregadero medio tupido, el tomacorriente que suelta chispas, la vieja tendedera que ya no soporta el peso de la ropa lavada y el tanque del inodoro que tiene un salidero. En fin, los muchos rincones que el tiempo deteriora y a los que debemos dedicarles tiempo cuando tenemos unos días de ocio. De ahí que al concluir las vacaciones, entre los colegas de trabajo se escucha hablar más de las dificultades para reparar la lámpara de la cocina que de las cálidas aguas del Caribe.
(Publicado em “Generación Y”)
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