Un afán refundacional parece animar a la derecha por todas partes: el Tea Party inflama el ideal antiestatista de los republicanos de EEUU; el británico David Cameron impulsa su proyecto de la Big Society, que busca devolverle el poder a la gente y quitárselo al Estado; en Chile, tanto el Presidente Piñera como el ministro Hinzpeter han dicho que pretenden construir una “nueva derecha”.
Aunque una sana dosis de escepticismo obliga a dudar cada vez que un político identifica como “nuevo” un movimiento, idea o iniciativa, vale la pena saber cómo y con qué se cocinaría esa cazuela. La experiencia enseña que son muchos los que tienen la presunción refundacional, pero siempre escasos los que logran concretarla. El caso del francés Nicolas Sarkozy, quien prometió una derecha pro mercado y antisesentayochista y no ha sido capaz de cumplir, constituye una muestra de que resulta más fácil decir que hacer.
Es importante discernir si estamos en presencia de una maniobra de posicionamiento o de una oferta verdaderamente novedosa. La lista de deseos expresada por Piñera y Hinzpeter no permite dilucidarlo. Definiciones amplias, como el respeto por la democracia, la promoción de la dignidad humana o la defensa del medioambiente clarifican poco. ¿Quién no está hoy a favor de eso? En tiempos en que las coincidencias son grandes, el diablo está en los detalles. Sin conocer la letra chica, es difícil saber si detrás del discurso de la nueva derecha hay sustancia o sólo un legítimo afán de dar un zarpazo, por medio de un cambio de actitud, a unos votos decisivos hoy en manos de la DC.
Ya que no conocemos los detalles, quizás podríamos discutir las ideas tras el proyecto. Pero hace rato que a la derecha chilena el debate de las ideas le resulta extraño. En su interesante libro La fatal ignorancia, Axel Kaiser apunta que nuestra derecha padece de “anorexia cultural”. Es más bien práctica, carece de “relato” y sólo quiere justificarse por la calidad de su gestión. Como ilustra el caso de los mineros, la derecha será tan buena como sus resultados en el gobierno. No es un mal índice, pero la excelencia administrativa no da para ínfulas refundacionales.
El francés Guy Sorman — quien acaba de dictar una charla en La Moneda sobre qué es ser de derecha hoy — identificó hace algún tiempo dos tipos de derecha: la realista, que pretende administrar mejor el Estado sin reducirlo significativamente y se expresa en Japón y Alemania, y la ideológica, que promueve grandes reformas y se despliega en Gran Bretaña y EEUU. No es casualidad que las grandes refundaciones de la derecha se hayan dado y se estén dando precisamente en estos últimos países, que es donde han madurado propuestas y contenidos debatidos por intelectuales, universidades y think tanks durante décadas.
Reflejando ese espíritu, uno de esos intelectuales, el profesor de la Universidad de Chicago Richard Weaver, escribió hace más de 60 años un muy influyente libro titulado Las ideas tienen consecuencias. No por ignorarlas o no verlas en el quehacer político cotidiano pierden ellas importancia, pues, como dijo Keynes, detrás de todo hombre práctico hay un intelectual muerto. Las ideas, y no el mero afán de reposicionamiento, debieran ser la base de toda propuesta renovadora que aspire a trascender.
Publicado em “La Tercera”
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