El dinero fiduciario no sólo genera innúmeros problemas para la estabilidad y la prosperidad de ahorradores y tenedores de moneda. Aunque pueda parecer paradójico, también añade numerosas dificultades a la labor de su emisor, los bancos centrales. Y es que estos institutos de crédito, una vez suspendida la convertibilidad de sus pasivos con respecto a sus reservas de oro, se vuelven absolutamente ciegos a la hora de gestionar el dinero fiduciario.
Exactamente, ¿cuál debe ser el criterio a seguir a la hora de determinar lo que se ha conocido como “política monetaria”? Como analizaremos próximamente, el asunto era relativamente sencillo y obvio cuando debían mantener la convertibilidad de sus pasivos con el oro: debían hacer lo posible para no poner en peligro esa convertibilidad. Mas, abandonado éste, ¿por qué deben preocuparse? ¿Qué variables son las que deben determinar sus niveles de endeudamiento o la cantidad y calidad de sus activos?
En los meses venideros dedicaremos diversos artículos a analizar los distintos criterios que se han ido propugnando para guiar la actuación de los banqueros centrales, si bien, grosso modo, ya podemos anticipar que se dividirán en dos grandes grupos: aquellos criterios que concentran su atención en minimizar el envilecimiento del dinero fiduciario (buscando estabilizar algún objetivo de nivel general de precios, de masa monetaria o de tipo de cambio) y aquellas que intentan influir en la actividad económica (dirigiendo su atención al nivel de desempleo, la evolución del PIB nominal, los tipos de interés). Asimismo encontraremos otras que, como la regla de Taylor o el sostenimiento del sistema bancario, combinan el mandato dual de preservar el valor de la moneda e impulsar la actividad económica.
Al concluir la serie comprobaremos que no existe ninguna guía infalible para la actuación de los bancos centrales en un sistema de dinero fiduciario y que, por tanto, la política monetaria, lejos de tener un carácter científico, no es más que pura superstición económica. Demostraremos que sólo la obligación de convertir las deudas del banco central en un activo que sea enormemente líquido –como es el caso del oro– permite garantizar un sistema monetario y crediticio sano que no distorsione de manera negativa ni al valor de los medios de pago ni a la actividad productiva.
Pero eso será en los siguientes artículos.
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