Pocos países aventajan a Cuba en la producción diaria de malas noticias. Es una realidad dolorosa, que me gustaría desconocer, pero muy cierta: nos hemos convertido en competentes exportadores de noticias desagradables, sólo superados por un puñadito de naciones.
Tan es así, que más de un canal de televisión, más de un periódico del mundo, sostienen sus actualidades noticiosas gracias a Cuba y sus desafueros. Y ya sabemos que las buenas noticias del mundo no son las que llenan programaciones y columnas de opinión.
Cuando pisé suelo estadounidense, por ejemplo, casi de inmediato los diligentes productores de malas noticias me enviaron mi dosis correspondiente: le suspendieron a mi madre la cuenta de correo electrónico que mantenía por su desempeño profesional en una escuela de medicina.
Huelga decir que su incomunicación conmigo era, de momento, un arma eficaz para castigarme por mi actitud inaceptable.
En lo adelante he aprendido que las cuatro letras que dan nombre a mi país, vistas en titulares o pronunciadas por alguien que regresa de su viaje tropical, rara vez contienen algo como no sean carencias repetidas, despidos camuflados, represiones, prohibiciones, estrategias de nunca acabar.
Esta vez, la dosis de mala noticia me llega por un amigo insobornable -y temerario chateador-, que desde una filial de ETECSA (la única compañía telefónica de Cuba) en Santa Clara me advierte:
– Están retirando prácticamente todas las cuentas de internet a los trabajadores. No solo en esta empresa, sino en otras como Copextel también. El argumento es que hay demasiado personal con acceso, cuya labor específica no exige conexión a la red. Así que ya sabes, probablemente no volvamos a hablar más.
Y ya no sé si sorprenderme, indignarme, tirarlo a chanza, o seguir la ruta más frecuente para quienes hoy no viven en la Isla: desentenderme, mientras yo sí navego con total libertad por cuanto sitio me viene en ganas.
Pero aún no he aprendido a hacer esto último, y por eso digo: lo francamente pasmoso es la capacidad que exhiben los dueños de nuestra Isla para mudar de pretexto cuando cambian las circunstancias y es necesario reacomodar las prohibiciones.
Veamos.
Hasta hace muy poco, el argumento estrella para justificar la inaccesibilidad de los cubanos a la Internet, era más o menos este: “Tenemos un acceso limitado y costoso, vía satélite, porque los imperialistas americanos no nos dan acceso a cables de fibra óptica. Entonces, debemos priorizar a quienes más lo necesitan.”
Lo nunca aclarado era quién determinaba el grado real de necesidad entre un ciudadano y otro, o cómo explicar que sólo los extranjeros pudieran contratar en la Isla el servicio legal de conexión, y un cubano con dinero para pagarlo no.
Sin embargo, en esas estábamos.
Pero ahora sucede que el factor “satélite caro – conexión limitada – imperialistas bloqueadores” acaba de desaparecer por obra y gracia de la hermana República Bolivariana: desde Venezuela atracó en Playa Siboney un cable de fibra óptica desde el pasado 8 de febrero, que presuntamente habría resuelto el problema de una vez.
¿Cuál es el discurso ahora? ¿Qué palabras precisas, puntuales, estudiadas, se repiten a la hora de dar connotación social a este nuevo cable redentor?
Miremos las declaraciones a Prensa Latina de Waldo Reboredo, vicepresidente de “Telecomunicaciones Gran Caribe”, la empresa venezolano-cubana que rectorea la operación:
“El cable submarino posibilitará multiplicar hasta por tres mil la velocidad actual de transmisión de datos. Sin embargo, el tendido por sí solo no aumentará las capacidades de Internet en Cuba, pues el despliegue de conectividad no se resuelve de un día para otro dado sus altos costos y la necesidad de otras inversiones.”
Entonces, ¿qué significa esto?:
“Nuestra prioridad es continuar la creación de centros colectivos de acceso, además de potenciar las conexiones en centros de investigación científica, educacionales y sanitarios”.
Más claro ni el agua: que nadie se frote las manos pensando en acceso normal, por ejemplo desde las casas. Que nadie crea que este cable ofrecerá navegación libre para los desconectados. Que Yoani Sánchez no lance fuegos artificiales desde su piso catorce.
Antes, el teatro de operaciones se prepara con toda intencionalidad: la nueva mala noticia, según la cual más cubanos perderán su acceso a la red de redes, no es casual. Como nada es casual en mi Isla causal.
Hablemos en castellano: la Batalla Electrónica ha empezado en Cuba, y el ejército se alista. ¿Cómo? Pues restando fisuras, posibles brechas aprovechables por el enemigo. Toda cuenta que no sea probadamente necesaria, ultra confiable, debe irse abajo o podría convertirse en munición enemiga.
No importa si es en ETECSA o en Infomed. Lo prioritario es asegurar los flancos. Dios nos salve de un bloguero incómodo aprovechando una cuenta no desactivada.
La mediatizada –por fortuna- conferencia del cibergendarme Eduardo Fontes a los bostezantes militares cubanos, no debe ser interpretada como un hecho aislado e inconexo: son los preparativos, es el preámbulo que nos avisa que el nuevo terreno de guerra (¡según sus propias palabras!) es Internet. Y en esa dirección marchan, combativos.
Sí, qué dudas cabe: Cuba compite con solidez en el mercado mundial de feas noticias, de malos presagios. Le queda pequeño despedir a millón y tantos de trabajadores. Le queda pequeño apedrear a mujeres pacíficas que visten de blanco. Le queda pequeño silenciar, excluir, sancionar, desterrar. Ahora, lo insólito: mi Isla del Caribe es noticia porque ha decidido emplear Internet para incomunicar.
A veces me pregunto de dónde emana tanta inventiva, tanto caudal.
Publicado en “El pequeño hermano“
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