El Estado y sus recursos
Para que un Estado funcione eficientemente es obvio que necesita recursos. En cualquier modelo económico, esos recursos sólo pueden provenir de un sitio: empresas exitosas que generen algún tipo de excedentes. En las sociedades modernas, el Estado casi siempre recibe los recursos que necesita, o los que puede acopiar, por medio de los impuestos que cobra a las personas por los salarios que perciben y los bienes que poseen, o a las empresas por los beneficios que obtienen. Es conveniente observar que los salarios son sólo un factor de coste de las empresas. La renta que los trabajadores reciben por la labor que realizan tiene que ser menor que la que producen. Cuando el costo de producción es mayor que el bien o el servicio producido, al cabo de cierto tiempo, cuando se les agotan el capital y el crédito, las empresas quiebran y los empleados pierden sus puestos de trabajo. Para subsistir, pues, la empresa está condenada a ganar dinero. La plusvalía de que hablaba Marx, en efecto, existe, y es una condición básica para que las sociedades puedan progresar, aunque no es exactamente lo que el pensador alemán creía. El salario, realmente, es un adelanto que hace el empresario a un agente económico contra futuras ganancias… que pueden o no llegar. Es una apuesta más que una forma de explotación. No obstante, no es el trabajador la única entidad que está obligada a abonar una parte de esa plusvalía que genera. La empresa también lo hace por medio de los impuestos que paga –y generalmente estos están relacionados con los beneficios que obtiene–, pero también por los trabajadores que emplea y por su capital acumulado.
Detengámonos un momento en este punto para subrayar cuán disparatada es la dicotomía tradicional entre capital y trabajo, como si se tratara de elementos hostiles. En realidad, los trabajadores y las empresas son factores de una misma ecuación. Cuando yo recibo un salario de una empresa formo parte del factor trabajo, pero cuando envío a mis hijos a un colegio público me he convertido, de facto, en una especie de accionista de las empresas, de todas las empresas que tributan, porque estoy disfrutando de los beneficios que han abonado a la tesorería general del Estado por medio de los impuestos que costean ese colegio.
Es muy útil, pues, que el conjunto de la sociedad se dé cuenta de varias verdades elementales, frecuentemente olvidadas, que, a riesgo de repetirme, vale la pena subrayar con la cadencia de los silogismos:
– Las empresas son el único lugar donde se puede generar riqueza.
– Para que eso suceda, las empresas están obligadas a obtener beneficios.
– Con esos beneficios las empresas dan empleo, crecen y pagan impuestos.
– Esos impuestos sobre los beneficios nos convierten a todos, de facto, en accionistas pasivos de las empresas. No tomamos decisiones sobre su funcionamiento, pero nos beneficiamos de su éxito.
– Ergo, a todos nos conviene que haya muchas empresas exitosas que generen beneficios y paguen impuestos. Eso hace al Estado mucho más poderoso en el terreno económico, le permite financiar más prestaciones sociales y los ciudadanos reciben mayores beneficios.
– Lo he escrito en otras oportunidades y lo repito ahora: lo que hace poderoso a un país como Estados Unidos es su enorme cantidad de empresas exitosas. El Pentágono o UCLA son posibles porque existen Microsoft y Wal-Mart. Si Estados Unidos puede tener las mejores universidades públicas del mundo, y el ejército más fuerte, es porque cuenta con una infinidad de compañías que investigan, innovan, dan empleo y generan beneficios. Ese es el mismo panorama que observamos, a otra escala, en Suiza, Suecia, Inglaterra y el resto de las naciones desarrolladas del planeta.
Una vez que estamos provistos de esta visión del papel de la empresa es más fácil definir una de las funciones básicas del Estado: dado que lo que nos conviene a todos es que surjan muchas empresas exitosas, una de las principales tareas del Estado es crear las condiciones para que ocurra ese fenómeno. Nos conviene, pues, un Estado facilitador de la gestión empresarial, legal y fiscalmente hospitalario con las compañías que crean y reparten riqueza para ventaja de todos. Ésa es la gallina de los huevos de oro, así que lo sensato es mantenerla saludable e incansablemente ponedora.
Publicado em La Ilustración Liberal
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