Capitalismo bueno y malo
Este análisis, sin embargo, nos precipita a reflexionar sobre varias preguntas cruciales: ¿por qué los latinoamericanos, pese a contar, en general, con un sistema privado de economía, constituyen el segmento más pobre y atrasado de Occidente? ¿Por qué en sus universidades y centros tecnológicos, algunos de ellos con cuatrocientos años de existencia, apenas se producen hallazgos significativos? ¿Por qué casi la mitad de la población latinoamericana vive en la miseria? ¿Por qué -en suma-el sistema de libre empresa ha dado tan pobres resultados en nuestro mundo si se contrasta, por ejemplo, con el éxito de los países escandinavos o con Canadá y Estados Unidos, estas últimas las otras dos grandes expresiones europeas del otro lado del Atlántico?
En realidad, casi todas esas preguntas ya fueron respondidas, indirectamente, en un excelente libro, Good Capitalism/Bad Capitalism, escrito por los economistas norteamericanos William J. Baumol, Robert E. Litan y Carl J. Schramm, publicado en el 2007 por Yale University Press. El título agrega algo más para explicar de qué se trata: “La economía del crecimiento y la prosperidad”. Y la tesis es sencilla de entender: el hecho de que exista propiedad privada y mercado no genera necesariamente desarrollo. En Haití y en Holanda hay mercado y propiedad privada, pero en el primer país la gente se muere de hambre y en el otro las grandes preocupaciones comienzan a ser la obesidad y la longevidad excesiva.
De acuerdo con la persuasiva explicación de los autores, no hay un capitalismo, sino cuatro, más allá del capitalismo de Estado o comunismo, como sucede en Cuba o en Corea del Norte, que los autores ni siquiera analizan:
1. El capitalismo mercantilista, donde los funcionarios escogen a los amiguetes ganadores o a los desdichados perdedores.
2. El capitalismo oligárquico, muy parecido al primero, donde un pequeño grupo de gentes adineradas pone el Estado a su servicio y convierte la actividad económica en un coto cerrado para su único beneficio.
3. El gran capitalismo o capitalismo de las grandes empresas, donde el poder de los gigantes económicos hace girar la organización de la sociedad en provecho de sus enormes y ubicuos intereses.
4. El capitalismo empresarial, donde el Estado no asigna privilegios y se limita a crear las condiciones para el surgimiento incesante de empresas, que deben sustentarse en los mercados abiertos y competitivos, gobernados por la agónica búsqueda de innovaciones, mejoras y buenos precios para conquistar a los consumidores.
5. Este último es el buen capitalismo de que habla el libro, y aunque no existe en estado puro en ninguna parte, es evidente la relación que se advierte entre este modelo de producción y el buen desempeño económico. De diversas maneras y grados, esto es lo que sucede en las veinte naciones más prósperas y desarrolladas del planeta. Los autores, por supuesto, no prometen que el capitalismo empresarial traerá un mundo más justo y equitativo, incluso defienden las virtudes de los desequilibrios como parte del impulso destructor que regenera constantemente al mercado, pero sí advierten que en las naciones que lo practican es donde se observan menores desigualdades. El índice Gini, que mide las diferencias de ingreso en las naciones, demuestra que una sociedad como la danesa, paradigma del capitalismo empresarial, tiene un índice de distribución del ingreso dos veces más equitativo que el de los países latinoamericanos.
En realidad, Good Capitalism/Bad Capitalism no dice nada radicalmente nuevo, pero aporta algo muy importante al debate: una manera muy ordenada y convincente de presentar los argumentos, y lo hace sin recurrir a la jerga complicada de la economía. Otros tres economistas, como el Premio Nobel Douglass C. North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast han ido más allá, esbozando toda una teoría con la que explican más detalladamente las diferencias. Han titulado el importante artículo “A conceptual Framework for Interpreting Recorded Human History”.
En efecto, estos tres notables investigadores retoman el asunto desde un ángulo paralelo y se preguntan por qué sólo un pequeño grupo de naciones, a partir del siglo XVIII y principios del XIX, dio el salto a la modernidad y al progreso creciente, mientras la mayoría no lograba desarrollar mercados vigorosos, sistemas políticos estables y competitivos, y formas de convivencia que estimularan la acumulación de capital humano en beneficio de la mayor parte de la sociedad. Para los autores, es evidente que son muchos los factores que intervienen en este fenómeno (capital acumulado, capital humano, recursos naturales, comercio, situación geográfica…), pero quizás el más importante es la forma en que la sociedad estructura las relaciones humanas y las articula en instituciones que dan forma y sentido a las acciones y vínculos económicos, políticos y religiosos de las personas.
A juicio de estos académicos, durante miles de años los conglomerados humanos, débiles y pequeños, dedicados a la caza o la recolección accidental de frutas y vegetales, se dieron lo que llaman en su ensayo un orden social primitivo, inevitablemente muy elemental, pero suficiente para sostener el tipo de vida trashumante y azarosa que llevaban, probablemente caracterizado por la jefatura de un líder que imponía su criterio sobre el grupo por la fuerza, como sucede entre los primates.
Tras esta larguísima etapa, hace unos 10.000 años, y como consecuencia del desarrollo de la agricultura y el surgimiento de comunidades complejas capaces de generar excedentes y acumular riqueza, sobrevino el orden de acceso limitado, donde la estabilidad, la defensa y el control de la violencia se lograban mediante una especie de acuerdo o pacto en el que el poder controlaba las transacciones económicas y manipulaba las fuerzas políticas y sociales, garantizando las rentas de la clase dirigente mediante el establecimiento de un sistema cerrado o semi-cerrado de transacciones que protegía los intereses del grupo dominante, sistema que, de alguna forma, garantizaba cierto nivel de paz, estabilidad y transmisión más o menos ordenada de la autoridad.
Pero hace apenas 300 años eso comenzó a cambiar en países como Inglaterra, Estados Unidos, Holanda y otras pocas naciones del norte de Europa Occidental, dando paso a un orden de acceso abierto, cuya estabilidad no dependía de la asignación y protección de las rentas de la clase dirigente, sino de la competencia política y económica -la democracia pluripartidista y la economía de mercado protegidas por el Estado de Derecho-, y en el que la sociedad iba creando libremente las instituciones y las organizaciones que necesitaba para sostener esta nueva manera de convivir en el espacio público.
Para los autores de este ensayo seminal, las sociedades que no han superado el orden de acceso limitado -como sucede en casi toda América Latina, agregamos nosotros-manipulan el mercado, generan privilegios y controlan las rentas en beneficio de las élites, con lo que obstruyen a largo plazo el desarrollo científico y económico de las grandes mayorías. Sin embargo, las sociedades basadas en el orden de acceso abierto, mediante la competencia sistemática en los terrenos político y económico, estimulan la movilidad social, el cambio hacia modos de vida cada vez más ricos y confortables para un mayor número de personas y el imparable desarrollo científico y tecnológico.
Es verdad que en ese camino fracasan muchos políticos, y que muchos agentes económicos son destruidos en el mercado por la competencia y por las innovaciones constantes, pero ese mecanismo ya fue explicado por el economista austriaco Joseph Shumpeter: lo llamó “la destrucción creativa del mercado”, una fuerza movida por los empresarios, los técnicos y los científicos, verdaderos motores de las sociedades abiertas. La competencia, pues, es la esencia del cambio y del progreso, crea una forma de estabilidad pacífica en perpetua mutación; y aunque genera ganadores y perdedores, ese camino de perpetua lucha por conquistar el favor de los consumidores (y de los electores) logra mejorar nuestras formas de vida constantemente.
Publicado em “La Ilustración Liberal”
Que confusão! Quatro tipo de capitalismo! Se ele tinha como objetivo esclarecer, não conseguiu senão jogar mais fumaça na questão.
é por isso e mais algumas como esta que o socialismo reina absoluto no mundo. Ludwig von Mises para Montaner é uma figura completamente desconhecida. Alguém tem que avisar a ele que existe.