El Estado, la protección del débil y la sociedad civil
¿Y qué sucede con los pobres? Al fin y al cabo, entre un 40 y un 50% de la población latinoamericana es clasificada como pobre o muy pobre. En realidad, el caso de Chile es un buen ejemplo de cómo el orden de acceso abierto, fundado en la competencia, la primacía económica de la empresa privada y los métodos democráticos, disminuye sustancialmente los niveles de pobreza y tiende a la creación de clases medias, verdadero sostén de este tipo de sociedad. A mediados de la década de los ochenta el 42% de los chilenos caía en la categoría de pobre. En el 2007 ese porcentaje había disminuido hasta el 12. Ello explica la alta legitimidad que el sistema ha logrado entre los chilenos.
Sin embargo, siempre es útil recordar un par de principios básicos para poder entender el rol del Estado. El primero tiene que ver con el volumen del gasto social. Los socialistas de cualquier color e intensidad suelen medir la eficiencia y la eticidad del Estado por el nivel del gasto público. De acuerdo con ese arbitrario baremo, un gasto social elevado es la muestra de la existencia de un Estado más atento a las necesidades del ciudadano.
En realidad, sucede lo contrario: un gasto social elevado sólo demuestra que el Estado ha secuestrado las responsabilidades que les corresponde asumir a los individuos, fenómeno que, con frecuencia, es la consecuencia de sociedades en las que las personas no encuentran oportunidades de ganarse la vida. Esa expresión es clave para entender lo que trato de expresar: ganarse la vida quiere decir no tener que depender del Estado para poder alimentarse, tener techo, cuidar a la familia, etcétera.
El otro principio básico es que constituye un error suprimir el altruismo de las personas y sustituirlo por las burocracias públicas. El altruismo, el instinto de ayudar al prójimo, es una pulsión natural que, en mayor o menor grado, yace en casi todos los seres humanos. Obviamente, el Estado que lo estimula es mucho más eficiente que el que lo suplanta. Me explico: en cualquier sociedad hay millares de niños huérfanos o abandonados, ancianos desvalidos, débiles mentales, enfermos sin recursos, minusválidos, adictos al alcohol o a sustancias que destruyen la capacidad de trabajar, madres solteras pobres y otro sinfín de personas sumidas en la desesperación. A todas ellas es importante socorrerlas, y cualquier sociedad en la que valga la pena vivir tiene que hacer un gran esfuerzo para ejercer la compasión; pero cualquiera que tenga alguna experiencia en el auxilio a personas necesitadas sabe que es en el ámbito privado donde mejor se realiza esa tarea.
Bill Gates, quien ha donado a una fundación caritativa las cuatro quintas partes de su inmensa fortuna, y dedica ese dinero a múltiples obras tan útiles como vacunar a los niños africanos, es también un defensor señero de lo que hoy se llama responsabilidad social corporativa. Es decir, alienta el compromiso de las empresas con los problemas de la sociedad, y las insta a que dediquen una parte de sus beneficios a aliviar los males que aquejan a numerosas personas, convencido de que un mundo más saludable, educado y productivo es un lugar mucho más pacífico y habitable, a lo que puede agregarse el legítimo interés personal: a todos nos beneficia que los pobres se conviertan en clases medias productivas y consumidoras.
En Estados Unidos, además del aporte de las iglesias, las organizaciones cívicas -Kiwanis, Leones, Caballeros de Colón, Cruz Roja, etc.-y miles de ONG, cada vez son más las empresas que prestan su expertise, su eficiencia, sus recursos y su personal a la solución problemas concretos que afectan a la comunidad, como, por ejemplo, la mala calidad de la enseñanza que se imparte en ciertas escuelas públicas situadas en zonas deprimidas.
¿Qué debe, pues, hacer un Estado realmente eficiente en materia de asistencia social? Debe aplicar exactamente el mismo principio de subsidiariedad que regula el resto de gastos e inversiones públicas: debe potenciar la energía altruista de la sociedad civil, pactar con las instituciones y las personas del ámbito privado las tareas que hay que desarrollar, encaminar sus acciones y reservarse para aquellas zonas en las que sólo pueda actuar la mano de la burocracia pública, a veces necesaria, pero casi siempre torpe y costosa. A la frase del Nuevo Testamento atribuida a Jesús: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, acaso debe agregársele unas palabras clave: “Y a la sociedad lo que es de la sociedad”.
Publicado em “La Ilustración Liberal”
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