Hay un hecho poco conocido pero potencialmente importante en el campo de los derechos humanos en Latinoamérica: Brasil, el país más grande de la región, está dejando atrás su apoyo incondicional a casi todos los dictadores del mundo.
A diferencia del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva —que fue un buen presidente en temas domésticos, pero que apoyaba a cuanto tirano existía en el extranjero— la presidenta Dilma Rousseff está tomando distancia de algunos de los peores transgresores de los derechos humanos del globo.
Según me dicen dirigentes de grupos de defensa de los derechos humanos, Brasil ha empezado a apoyar algunas causas de derechos humanos en sus votos en las Naciones Unidas (ONU) desde que Rousseff asumió la presidencia el 1 de enero.
Entre otros ejemplos:
• Como miembro temporal del Consejo de Seguridad de la ONU, Brasil recientemente apoyó una petición a la Corte Criminal Internacional para que investigue las atrocidades cometidas por el dictador libio Moammar Kadafi.
• Brasil fue uno de los primeros países latinoamericanos que firmó el pedido de una Sesión Especial de la ONU sobre Libia, aun cuando desde entonces ha manifestado su preocupación por los alcances de la ofensiva militar de Estados Unidos y Europa en Libia.
• Brasil apoyó una resolución de la ONU para investigar las violaciones de derechos humanos en Siria, tras las recientes protestas contra el presidente Bashar al-Assad.
• Brasil votó a favor de la creación de un despacho de Relator Especial para investigar los abusos de derechos humanos en Irán. Hasta ahora, Brasil siempre se había abstenido en las votaciones sobre derechos en Irán.
José Miguel Vivanco, director del departamento de las Américas del grupo Human Rights Watch, me dijo que “Brasil se ha convertido en un factor positivo en las votaciones sobre derechos humanos en las Naciones Unidas desde que Rousseff asumió su cargo. Se trata de un cambio drástico respecto del gobierno de Lula, que solía estar del lado equivocado en cuestiones de derechos humanos”.
Según Vivanco, el cambio se debe en gran medida a que Rousseff, por ser una ex presa política que padeció la tortura, es especialmente sensible a los temas de derechos humanos.
“Entiende perfectamente que la soberanía de una nación no puede usarse como excusa para cometer atrocidades”, me dijo Vivanco. “Esperemos que este sea un cambio permanente de la política de Brasil”.
Otros dicen que el cambio se debe a que Rousseff quiere mejorar sus vínculos con Washington, porque Brasil se está dando cuenta que su excesiva dependencia de las exportaciones de materias primas a China podría ser peligrosa si se enfría la economía china. Además, China compra casi exclusivamente materias primas a Brasil, mientras que Estados Unidos está comprando aviones y otros productos manufacturados, que generan mayores beneficios económicos para Brasil.
Apenas el año pasado, varios grupos internacionales de derechos humanos criticando duramente el respaldo de Brasil a regímenes autoritarios. Según decía Human Rights Watch en ese momento, Brasil consideraba que los derechos humanos eran un obstáculo para su objetivo nacional de convertirse en un líder del Tercer Mundo.
Además de no votar a favor de causas de derechos humanos en las Naciones Unidas, Lula le dio una bienvenida de alfombra roja al dictador iraní Mahmoud Ahmadinejad en el 2009, en momentos en que este último estaba ejecutando a manifestantes pacíficos que protestaban por las dudosas elecciones que se acababan de realizar en Irán. La visita de Ahmadinejad a Brasil le dio a este último una importante victoria propagandística, porque le permitió mostrarse codeándose con un líder internacional en momentos en que estaba siendo repudiado por la comunidad internacional y la oposición doméstica.
Un año antes, Lula le había dicho a la revista alemana Spiegel que el presidente venezolano Hugo Chávez “es sin duda el mejor presidente de Venezuela de los últimos 100 años”. Chávez había clausurado la cadena televisiva RCTV de su país poco antes, y estaba inhabilitando a políticos opositores para que no pudieran participar en las próximas elecciones.
Mi opinión: Me está empezando a gustar Rousseff. Me gustaría que la presidente de Brasil extendiera su defensa de los derechos humanos a países más cercanos, como Cuba, o que le pidiera a Chávez respetar las libertades fundamentales cuando el presidente venezolano la visite esta semana en Brasil, pero soy lo suficientemente realista para no tener ilusiones de que lo haga.
Todos los países tienen un doble estándar cuando se trata de derechos humanos, incluyendo a Estados Unidos, que critica menos duramente a sus aliados, como Arabia Saudita, que a sus adversarios, como Irán.
Sería injusto pedirle más a Brasil. Pero si Brasil simplemente deja de apoyar abiertamente a los déspotas —como los respaldó Lula— y empieza a incluir el tema de los derechos humanos en el radar de su política exterior, ya es un gran cambio para mejor.
Fonte: El Nuevo Herald
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