Casi nadie tiene duda en Estados Unidos sobre la naturaleza de la crisis financiera del sistema. Sin subir drásticamente los impuestos no hay forma de hacerle frente, simultáneamente, a los gastos del sistema público de salud (Medicare), a las obligaciones del fondo de jubilaciones (Social Security) y a la factura astronómica del Ministerio de Defensa. Por otra parte, es obvio que un aumento sustancial de los impuestos reducirá la capacidad productiva del país, creará más burocracia y dispendio y acabará generando un problema mayor que el que se pretendía solucionar.
Lo curioso, es que existen fórmulas exitosamente probadas en sociedades capitalistas para afrontar al menos dos de estos enormes problemas: la salud y la jubilación. En cuanto a reducir los gastos en materia de defensa, tal vez sea lo más sencillo, dado que la mayor parte de los ciudadanos estaría feliz si los soldados se retiran de Irak, como les traería sin cuidado que el Pentágono desarrollara o no una última generación de aviones o carros de combate.
Los suizos tienen uno de los mejores sistemas de salud pública del planeta. En todas las encuestas de satisfacción así lo manifiestan los ciudadanos de ese país. ¿Qué hacen? Sencillo: todas las personas, desde que nacen hasta que se mueren, deben tener un seguro médico administrado por empresas privadas, pero regulado por el Estado. El costo del seguro de los pocos pobres que hay en el país, o de los incapacitados que no pueden ganarse la vida, lo asume el conjunto de la sociedad por medio del Estado.
Quienes se enferman pueden acudir a instalaciones públicas o privadas. Esa es una prerrogativa del paciente. Los padres saben que los niños no vienen al mundo con un pan debajo del brazo, sino con la factura de una póliza de seguros, lo que incrementa la prudencia y la responsabilidad al decidir el tamaño de la familia. Al mismo tiempo, el hecho de que todas las personas, desde los jóvenes sanos que no se enferman casi nunca hasta los ancianos llenos de achaques, paguen por un seguro médico, disminuye tremendamente el costo de la prima y se convierte en una forma de solidaridad distributiva.
El tema de las pensiones lo solucionó Chile hace ya treinta años, lo que nos permite sacar conclusiones con pocas posibilidades de equivocarnos. En 1980, entonces el país estaba bajo la dictadura de Pinochet, el brillante economista José Piñera, hermano del actual presidente, propuso convertir el sistema colectivo de reparto, parecido al norteamericano, en un modelo de capitalización individual.
Los asalariados debían asignar el 10% de sus ingresos a una cuenta personal de ahorro a la que tendrían acceso al llegar a la edad del retiro. Al contrario de lo que sucede en el sistema de reparto, donde los pagos de los cotizantes no se acumulan ni se convierten en capital propio que se pueda legar a la familia como herencia, en la fórmula ideada por Piñera, luego ligeramente retocada por los gobiernos de la democracia, ese dinero pertenecía a quien lo había aportado.
Los resultados son admirables, a lo largo de estos 30 años, pese a los bandazos económicos internacionales, la tasa anual de interés real que han ganado los Fondos Privados de Pensiones es del 9.25%, convirtiendo a estas instituciones en el gran receptor de ahorro interno y en motor de la economía, al extremo de que su magnitud se acerca al del PIB nacional. Es tan impresionante el éxito de las AFP, que 28 países han decidido copiarlo parcial o totalmente, mientras los dos gobiernos socialistas que recientemente pasaron por la Casa de la Moneda, el de Lagos y el de Bachelet, renunciaron a la tradición estatista que les señalaba la ideología y se rindieron, prudentemente, ante la evidencia. ¿Para qué volver al catastrófico sistema de reparto cuando las cuentas de capitalización individual daban un espléndido resultado?
Si uno observa con cuidado el modo suizo y chileno de enfrentarse a estos enormes problemas, salud y jubilación, advierte que la solución encontrada tiene una sola raíz: la responsabilidad fundamental recae sobre los individuos y no sobre el Estado. Sin embargo, el Estado –que debe ser el espacio público definido y segregado por la sociedad para su beneficio— juega un rol principal: regula, impide abusos, vigila, hace cumplir las leyes y protege los derechos de los individuos.
¿Será capaz Estados Unidos de aprender de suizos y chilenos? Probablemente, no. ¿Por qué? Tal vez por los intereses encontrados y también, seguramente, porque las naciones muy poderosas pierden la curiosidad por cuanto sucede fuera de sus fronteras. Los griegos, en su momento de mayor esplendor, solían llamar “bárbaros” a los extranjeros. Esa fea costumbre nunca ha desaparecido.
Publicado en Firmaspress
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