El presidente Daniel Ortega tiene tan sólo el 36 por ciento de apoyo en las encuestas y enfrenta cada vez más acusaciones de abuso de poder y corrupción. Pero durante una visita de tres días a Nicaragua, no encontré a nadie que dudara de que Ortega ganará con facilidad las elecciones del 6 de noviembre.
Ortega se enfrentará con una oposición fragmentada, de cuatro candidatos, encabezada por el ex presidente Arnoldo Alemán y el empresario radial Fabio Gadea, con el 23 por ciento y el 17 por ciento de apoyo de los votantes, respectivamente. Según las reglas de juego confeccionadas a medida del presidente por organismos electorales controlados por Ortega, este podría ganar las elecciones con apenas un 35 por ciento de los votos.
La opinión generalizada entre la clase política nicaragüense es que Ortega, el ex comandante guerrillero que gobernó durante una década después de la revolución sandinista de 1979, y que posteriormente fue electo para volver al poder en el 2006, violó la constitución recientemente al recurrir a tretas legales para lograr presentarse como candidato para un segundo mandato consecutivo.
Pero tras obtener una dudosa cobertura legal de un tribunal electoral controlado por el gobierno, y con dinero en efectivo gracias a los fondos enviados por el presidente venezolano Hugo Chávez –quien, según se estima, envía alrededor de $500 millones anuales a Nicaragua–, Ortega parece invencible.
La economía creció un 4.5 por ciento el año pasado, y se espera que este año crezca al menos un 3 por ciento. Eso, sumado a los precios record de las exportaciones de café nicaragüense, y al dinero de Chávez –gran parte del cual son fondos discrecionales, no incluidos en el presupuesto del gobierno– le ofrecen a Ortega un impresionante fondo de campaña.
“En este momento, no se ve una oposición capaz de desafiar a Ortega”, me dijo Carlos Fernando Chamorro, el conocido periodista televisivo que publica el semanario político Confidencial. “La oposición es débil, y está dividida”.
Pero eso no es todo, Para mi sorpresa, la comunidad empresarial parece aliviada con Ortega, quien a diferencia de su benefactor, Chávez, no ha nacionalizado ni confiscado grandes empresas privadas.
Muchos empresarios con los que hablé me dijeron que, pese a sus incendiarios discursos anticapitalistas y antiimperialistas, Ortega ha mantenido un Banco Central semiindependiente, y recibe créditos del Fondo Monetario Internacional, aceptando sus condiciones de manejo macroeconómico. Después de todo, Ortega no resultó tan malo como temiamos, me dijo el empresario.
¿Se ha entregado la comunidad empresarial a uno de los líderes populistas más radicales de Latinoamérica?, le pregunté a Arturo Cruz, quien fue embajador en Washington durante una presidencia anterior de Ortega, y que ahora es profesor en la escuela de negocios INCAE.
Cruz rechazó la premisa de mi pregunta, argumentando –sólo a medias en broma– que el gobierno de Ortega ha creado un nuevo modelo: el “populismo responsable”.
“Ortega ha logrado gobernar con Chávez y el FMI simultáneamente”, dijo Cruz. “Es una economía en dos carriles: usa el dinero de Chávez para subsidiar la electricidad, el transporte y techos de zinc para los pobres, y el acuerdo con el FMI para mantener la macroeconomía más o menos en orden. Y, hasta el momento, le ha funcionado”.
Entre los que están preocupados por el futuro se cuenta el general retirado Humberto Ortega, hermano del presidente y ex jefe de las fuerzas armadas revolucionarias sandinistas.
En una entrevista, el general sugirió que hay un peligroso “debilitamiento de las instituciones” en el país. “Necesitamos un pacto nacional en el que todas las partes se comprometan a cumplir con el estado de derecho”, me dijo Humberto Ortega.
“Si no hay un pacto nacional, vamos a la anarquía, y a la ingobernabilidad total”.
Mi opinión: la revolución de Ortega, como muchas otras, este terminando en su punto de partida, y se parece cada vez más al régimen de Somoza que derrocó en 1979. Es una autocracia unipersonal, rodeada de corrupción, que se beneficia con los altos precios mundiales de sus exportaciones de materias primas y de la generosidad de un benefactor extranjero.
¿Es esto un modelo viable, que contribuirá a disminuir la pobreza? Por supuesto que no. Así como la mayoría de los nicaragüenses creen que ganará Ortega, todo el mundo aquí parece coincidir en que el gobierno de Ortega no podría sobrevivir si cae Chávez, o si Venezuela deja de enviar petróleo subsidiado, o si FMI deja de facilitarle préstamos de emergencia, o si se desploman los precios de las materias primas.
Nicaragua es un país que vive al día, en el que todo el mundo –tanto Ortega como la oposición– piensa a corto plazo y en beneficio propio.
Tarde o temprano, Nicaragua tendrá que hacer un acuerdo nacional para respetar el estado de derecho, o no podrá salir de su pobreza, su fragmentación política y su desesperanza.
Fonte: “El Nuevo Herald”
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