Hace unos días, la prensa extranjera reveló que junto al canciller español Miguel Ángel Moratinos viajó a la Habana un recado de la administración norteamericana. Se le sugería a nuestros gobernantes que dieran algunos pasos en la mejoría de las libertades ciudadanas para avanzar en la dirección de poner fin al diferendo. El guiño no fue mencionado en los medios oficiales cubanos, que arrecieron por esos días las críticas a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos hace ya cincuenta años. Son estas restricciones comerciales –a mi juicio– tan torpes y anacrónicas que pueden ser usadas como justificación lo mismo para el descalabro productivo que para reprimir a los que piensan diferente. Me llama la atención, sin embargo, que en los anaqueles de los mercados las etiquetas y los tetrapacks develan lo que el discurso antiimperialista esconde: buena parte de lo que comemos dice “Made in USA”.
Nunca como ahora habíamos estado tan colgados de los vaivenes que ocurren en Washington o Wall Street. La pregonada soberanía de esta isla y el supuesto ejemplo de independencia que ella muestra al resto del mundo, oculta –en realidad– cuán necesitados estamos de esa nación donde viven miles de nuestros compatriotas. En la medida en que las consignas políticas se vuelven más enérgicas contra los yanquis, la población está más pendiente del flujo económico y migratorio que se ha establecido entre las dos orillas. El estrecho de la Florida parece separarnos, pero en realidad hay un puente invisible de afecto, apoyo material e información que une a esta isla con el terreno continental.
El zapatero de los bajos nació un par de años antes de que Estados Unidos rompiera relaciones con nuestro país, pero el pegamento que usa para sus reparaciones se lo envía un hermano desde Miami. La memoria flash que lleva aquel joven colgada al cuello, la recibió de un “yuma” que recaló con su yate en la marina Hemingway; la peluquera de la esquina manda a pedir los tintes y las cremas a New Jersey. Sin esa corriente de productos y remesas, muchas personas a mi alrededor estarían en la mendicidad y el abandono. Hasta el whisky que beben los más altos dirigentes del Partido exhibe el sello inconfundible de lo prohibido.
(Publicado em Generación Y)
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